Genitallica anda cumpliendo un cuarto de siglo (27 para ser exactos, pero ¿quién chingados va a vender playeras que digan “27 aniversario”?). Me cuesta creer que ya pasaron más de dos décadas desde que, todavía en kinder, mi mamá me regañaba por andar a escondidas escuchando el "Picas o Platicas" de mi hermano, coreando a todo pulmón “Zorra” o “Imagina” sin ni siquiera saber lo que significaban esas letras.
Casi quince años de aquel bullying colectivo de secundaria, cuando en pleno festival cultural, con una banda improvisada, dedicamos “No Tengo Amigos” a un pobre wey frente a todo el colegio. Doce desde su épico crossover con “la paca” (sí, Paquita la del Barrio). Y siete desde la feria de San Juan de los Lagos, cuando me dejaron subirme al escenario con ellos a tomar fotos como si fuera parte del crew, sin conocerme. Desde entonces no los veía en vivo. No porque no se cruzaran en mi camino, sino porque los horarios de festivales siempre me obligaban a escoger a otras bandas que aún tenía pendientes.
Y ahí estaba otra vez: septiembre de 2025, ahora viviendo en Guadalajara, el C3 Stage, mi cita con esos viejos cómplices. Llegué con mi elegante retraso habitual, unos minutos después de la hora límite para acreditaciones. Pero en este país hasta la puntualidad de la bendita burocracia tiene agujeros, así que la desorganización jugó a mi favor y alcancé a recogerla sin problemas.
Tras un vistazo rápido a la merch, sin nada que me gritara "llévame a casa", entramos justo a tiempo para el acto telonero: Fideo Cósmico, originario de León, Guanajuato. Un sonidero disfrazado de fiesta kitsch, empeñado en tachar cada cliché guapachoso de la lista: cumbias revueltas con hits pop dosmileros, máscaras de luchadores y la típica vibra de “esto se va descontrolar pero en buen pedo”. Yo no compraba mucho el show, pero la gente sí: pusieron a bailar hasta al más tieso con un menú que iba de La Factoría a Control Machete, de Miranda a los Auténticos Decadentes, pasando por Celso Piña. Los tapatíos cayeron rendidos al bailon.
El desmontaje fue rápido, un par de tragos y ya estaba la mesa puesta. Las luces bajaron, la anticipación se convirtió en gritos y salieron los regios: Genitallica arrancó con “Todos Tomados”, como si estuvieran echando gasolina directamente al tanque del público. La bola de cuerpos se agitó en segundos, el C3 se convirtió en un caldo de cerveza caliente y nostalgia colectiva.
De ahí vino la descarga de clásicos: “¿Qué fue lo que pasó?”, “Borracho”, “Guardasespaldas”, “Tengo un Amor”. Los himnos de peda que sobreviven a cualquier generación, coreados con la misma emoción de hace dos décadas. Hubo espacio también para joyas menos frecuentes, como el mítico “No Tengo Amigos”, que retumbó como un guiño íntimo a quienes llevamos cargando a la banda desde la infancia.
El foro estaba prácticamente lleno, lo que confirma que, aunque el calendario ya no les deje presumir la juventud, —y aunque en 2021 se aventaron la puntada de prestarse como soundtrack para la campaña de Samuel García— Genitallica sigue siendo estandarte de la avanzada regia y del rock nacional del cambio de siglo. Suena cursi decirlo, pero verlos otra vez fue como abrir una cápsula del tiempo donde la fiesta nunca se terminó: ahí seguían los riffs, los brincos, los coros gritados hasta la afonía.
No voy a fingir que recuerdo el setlist completo —la memoria me falla cuando la garganta se desgasta gritando—, pero lo que importa no es el orden de las canciones, sino la manera en que todos estuvimos conectados en esa mashaca colectiva.
Ya con el eco de los últimos acordes todavía taladrando la cabeza, con todos los asistentes (yo incluido) deseando escuchar más, me descubrí vagando como muchos otros, dando vueltas en círculo cerca del pit, con la ilusión absurda de que la noche pudiera extenderse en un backstage improvisado. No hubo reencuentro, ni selfie, ni after clandestino: solo yo mareandome con el olor a cigarro mi alrededor y un par de fans desesperados por conseguir un Uber.
Hace siete años me invitaron a subir a un escenario sin conocerme; hoy, ni siquiera el tiempo permitió que nos cruzaramos. Y está bien. Cada época tiene su magia, y la de esta noche se quedó donde debía: en el escenario, compartida con todos los que coreamos, gritamos y nos dejamos arrastrar por la música. Al final, Genitallica sigue siendo eso: un loop de desmadre colectivo donde lo personal se confunde con lo generacional.