Últimamente, las canciones que llegan a mi bandeja de entrada tienen nombre y apellido: historias migajeras, muy acorde a la tendencia del momento. Eso y gente escribiéndole a los “casi algo” como si fueran una relación de años, llorándole a un fantasma que nunca terminó de tener forma. Y lo curioso es que funciona. Porque en una época donde lo efímero duele más que lo duradero, Arrancarte, de Katy Romort es un ejemplo de esa herida mal cerrada.
Un tema que no se canta desde la superación, sino desde la resistencia emocional. Desde un corazón oxidado que sigue bombeando veneno. En vez de una carta de adiós, nos da una nota de auxilio escrita con delineador en el espejo del baño.
Musicalmente, la canción marca otro paso firme en la transición que Katy ha venido construyendo desde sus primeros sencillos: si al principio era un pop empalagoso con guiños a Belanova y balada introspectiva, para luego seguir con una apuesta pop punk, ahora le aumenta el volumen y la distorsión con toques de easycore. Hay guitarras más afiladas, una batería que por momentos coquetea con furia postadolescente y un estribillo hecho para ser gritado. Aun así, y a pesar del crecimiento instrumental, hay un detalle que no pasa desapercibido: la voz, que en lanzamientos anteriores se sentía más pulida y firme, aquí tambalea un poco. Quizá porque esta vez está más desgarrada que afinada. O quizá porque hay emociones que más que ser cantadas se escupen.
El video, aunque menos ostentoso en dirección de arte que otros trabajos previos, también sabe jugar con lo simbólico. Hay una narrativa íntima intercalada con performance sobre fondo negro, y un cierre en un cuarto acolchado que no necesita explicación: este tipo de amor envenena lo suficiente como para merecer camisa de fuerza emocional. Una metáfora bastante obvia, pero honesta, como la canción.
Arrancarte duele, no por lo que fue, sino por lo que nunca llegó a ser. Es un recordatorio incómodo de que a veces lo que no empieza también deja cicatriz.